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La agricultura sintrópica es una alternativa para la regeneración de suelos, la expansión del bosque y el aumento de la producción, sea a nivel familiar o comercial. Fue desarrollada en Brasil, entre los años 80s y 90s, por Ernst Götsch, bajo la imitación del funcionamiento de la naturaleza.
Hace un año, poco antes de que el mundo comenzara a atrincherarse frente a la pandemia, en el Instituto Chaikuni instalamos nuestra parcela experimental de agricultura sintrópica, o agrofloresta, guiados por la inspiración, los conocimientos y la energía que siempre nos trae Tierra Martínez desde el Instituto de Permacultura Na’Lu Um, en Misiones, Argentina.
A lo largo de estos meses de confinamiento e incertidumbre, hemos vuelto a confirmar la importancia de tener sistemas productivos diversos y locales, que contribuyan a la soberanía alimentaria generando comunidades resilientes. Las técnicas de la agricultura sintrópica permiten cultivar gran variedad de especies con un uso muy eficiente de la tierra y logrando además la regeneración del suelo y el aumento de la cobertura vegetal.
¿Cómo funciona la agricultura sintrópica?
La agricultura sintrópica se basa en las dinámicas de los ecosistemas naturales, principalmente en la sucesión de especies que lleva desde un suelo desnudo hasta un frondoso bosque. En cada etapa de ese proceso, la propia vegetación crea nuevas condiciones para que otras especies se desarrollen, ocupando distintos estratos, distintos nichos ecológicos. Al mismo tiempo que va aumentando la diversidad y la cantidad de materia viva (biomasa), el sistema va aprovechando mayores cantidades de energía solar y retroalimentándose a partir de su propia materia orgánica. Se vuelve cada vez más complejo, más estable y más autosuficiente.
La agrofloresta aplica estos procesos para maximizar la productividad y los servicios ecosistémicos: trabaja con múltiples especies teniendo en cuenta sus funciones e interacciones, su distribución sobre el terreno, alturas y etapas de desarrollo. A través de las podas, el reciclaje de la materia orgánica, la selección y la sincronización de cultivos, es posible controlar y “recargar” el sistema. El resultado es un bosque en estado dinámico, diverso y productivo, que se retroalimenta a través de procesos naturales. Trabajando con las propias reglas de la naturaleza, se consigue también reducir el esfuerzo y la dependencia de insumos externos.
En este sentido, la agricultura sintrópica propone un camino completamente inverso al de la agricultura convencional, que busca privilegiar a una sola especie instalando monocultivos cuya productividad se mantiene a través de agroquímicos, dejando, en última instancia, suelos degradados, ecosistemas pobres y comunidades vulnerables.
Una alternativa para la Amazonía
En el caso de la Amazonía, las dinámicas de reciclaje de nutrientes, aceleradas por el clima tropical húmedo, son las que permiten que suelos relativamente pobres alberguen impresionantes bosques; por eso, cuando se tumba y quema la selva para cultivar, se interrumpen estos ciclos y la fertilidad del suelo cae drásticamente al cabo de un par de años.
En nuestro entorno más cercano, las comunidades próximas a Iquitos, sin realizar una agricultura tecnificada, recurren cada vez más al monocultivo de yuca, cuyos derivados se destinan al comercio en la ciudad. La demanda de tierras y la tala del bosque aumentan a medida que el suelo se empobrece y las familias dependen cada vez más del dinero, incluso para comprar alimentos que podrían producir en sus chacras.
Sistemas regenerativos como la agrofloresta tienen el potencial de generar abundancia, tanto para el consumo de las familias como para incrementar los ingresos de forma sostenible. Los cultivos anuales, principalmente yuca y plátano, son cosechados mientras se van desarrollando arbustos, árboles, palmeras o lianas que se aprovecharán en etapas sucesivas.
Con el auge de los bionegocios la diversidad amazónica ofrece un inmenso abanico de alternativas con potencial comercial: frutales nativos considerados super-frutos, plantas medicinales de gran interés, incluyendo la ayahuasca (banisteriopsis caapi), aceites esenciales que alcanzan altos precios en los mercados internacionales, como el de palo de rosa (aniba rosácea), maderas nobles como el cedro y la caoba, entre otras. Muchas de estas especies pueden combinarse en un sistema agroforestal, así aportan ingresos diversificados a las familias en el corto, mediano y largo plazo.
Al mismo tiempo, el manejo de la diversidad y de los ciclos de regeneración del bosque son aspectos inherentes a la agricultura tradicional de los pueblos amazónicos. Promover sistemas diversos enfocados a la soberanía alimentaria implica también considerar aspectos culturales y saberes ancestrales, relegados cada vez más por modelos de “modernidad” y “progreso”, mal entendidos, que terminan siendo un espejismo.
Chaikuni y la agrofloresta
Cada vez más personas y organizaciones somos conscientes de que las opciones reales para generar riqueza y bienestar en la Amazonía pasan por el bosque en pie. Las propias comunidades, demandan alternativas productivas viables, tras el escaso éxito de muchos proyectos de agricultura convencional. Es por eso que desde el Instituto Chaikuni estamos comprometidos desde hace años con investigar, desarrollar y difundir técnicas regenerativas adaptadas a nuestro entorno: Sistemas agroforestales de alta diversidad, cultivos sin quema, producción de ayahuasca, entre otros, a los que venimos a sumar las técnicas de la agricultura sintrópica.
En marzo de 2020 los colaboradores de Chaikuni junto a comuneros de Tres Unidos, San Pedro de Nanay, San José de Lupuna y San Pablo de Cuyana, participamos durante 10 días en nuestro segundo Curso de Diseño de Permacultura, a cargo del instituto Ná Lu’um, el cual estuvo centrado en la agrofloresta. Además de nuestra parcela, instalamos otras dos en las comunidades adyacentes.
En estos terrenos se sembraron plátano y yuca, como cultivos básicos de aprovechamiento anual, junto a guaba y sangre de grado, de rápido crecimiento, que contribuyen a aportar materia orgánica, fijar nitrógeno y dar cobertura; además, se incluyeron piña, papaya, chaya y katuk, alternándose con líneas de árboles frutales como copoazú o cacao, que formarán el estrato intermedio. Con mayor distanciamiento se plantaron especies maderables de mayor altura. Para completar el sistema, en los intersticios se sembraron gran variedad de plantas herbáceas útiles, que ayudan a contrarrestar la proliferación de malezas y en algunos casos funcionan como repelentes de plagas: hierba luisa, albahaca, cúrcuma, jengibre, ají, rabanito, cocona, entre otras.
Ha pasado un año y nuestro trabajo actual se centra en consolidar el manejo de la parcela con las técnicas de la agricultura sintrópica, evaluar su desempeño y probar asociaciones de aquellos cultivos más apropiados para nuestra zona. También seguimos difundiendo las ideas de diversidad, resiliencia y abundancia en las comunidades, trabajando codo a codo con las familias rurales e intercambiando conocimientos para propiciar el cambio. La agricultura sintrópica tiene un prometedor futuro para avanzar en este camino.