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El camino recorrido por Roldán Tumi es largo. Desde el día que decidió dejar su comunidad, ha vivido una serie de experiencias que lo han convertido en la persona que es ahora: un antropólogo indígena que entiende los retos que enfrenta su pueblo y está dispuesto a trabajar en servicio de su comunidad. En esta edición de #historiasdejovenesindigenas te invitamos a conocerlo un poco más.
Roldán pertenece al pueblo matsés. Los matsés no aceptaron el contacto con la sociedad occidental hasta hace relativamente poco, a finales de 1960, cuando los misioneros se instalaron en sus tierras. Roldán creció en la remota comunidad de Buenas Lomas Antigua, en plena selva, cerca de la frontera con Brasil. Su vida transcurrió acompañando a su madre al campo, dedicándose a la agricultura y la pesca. En su comunidad, la principal lengua hablada es el matsés; por ello, Roldán empezó a aprender español sólo cuando sintió la necesidad de salir de su comunidad para empezar a buscar un trabajo que le permitiera tener ingresos. Esta búsqueda le llevó a experimentar en carne propia la injusticia de los madereros, la dureza del ejército, la discriminación y la soledad de estar en una ciudad desconocida, con una cultura e idiomas ajenos a los suyos.
El sueño de estudiar en la universidad surgió el enterarse de la existencia de Beca 18; sueño que se convirtió en determinación al enterarse que no cumplía con los requisitos para poder acceder a ella. Aún recuerda lo que le respondió a su hermano cuando le sugirió volver a su comunidad, “no, le decía yo, porque yo me he comprometido a estudiar. Quería volver como profesional a la comunidad”.
Aunque no conocíacasi nada sobre la carrera de antropología, aprendió a enamorarse de ella mientras estudiaba a pesar de los retos que le representaba el idioma español. “A mí me gustaba estudiar, me sentía bien. Cuando empezaron mis clases yo era puntual, me gustaba estudiar, aunque cuando di mi primer examen saqué 08 y me sentí muy mal”. El bajo porcentaje de estudiantes indígenas que terminan sus estudios se debe, en gran medida, a las desfavorables condiciones de vida que enfrentan en la ciudad y a una educación que no se esfuerza por incorporar las necesidades de estos jóvenes. Sin embargo, fue la determinación de Roldán la que lo llevó a perseverar, “a veces yo me iba sin comer, pero a pesar de que yo estaba así no me desanimaba, yo quería seguir. Mi sueño era estudiar hasta que termine mi carrera, creo que siempre he pensado ‘quiero terminar mi carrera, quiero estudiar”.
Conocer la Organización de Estudiantes de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Peruana (OEPIAP) no sólo le dio un lugar donde vivir, sino también el apoyo de otros compañeros indígenas con experiencias similares a la suya: “Ronal siempre me daba ánimo para seguir estudiando. Él me decía ‘todos los jóvenes indígenas han pasado esto, mira cómo están ellos. Nosotros también hemos pasado eso. Yo sé que tú también vas a hacerlo, sólo tienes que estudiar, no hagas caso. Cuando te des cuenta, ya vas a estar en cuarto nivel”, evidenciando la importancia de esta organización para brindar no sólo condiciones materiales de vida, sino también una red de soporte.
Su interés por investigar la práctica ritual del veneno de sapo acate, propia del pueblo matsés, comenzó gracias a un trabajo de la universidad. “Yo quería buscar en Internet para pegar información. Encontré un montón de información sobre el veneno de sapo, pero no hablaba como veneno de sapo, sino que el nombre popular era kambó, pero no era una investigación, sino blogs que trabajaban vendiendo la resina en Facebook”. Esta situación, y el encontrar información sobre investigaciones en Brasil, lo llevaron a querer hacer lo propio en el Perú, “yo quería saber quiénes son las personas y cómo lo están usando, y cómo nosotros lo estamos usando […]. Yo, proveniente del pueblo matsés, quería informar, hablar sobre el veneno del sapo”.
Esta investigación significó para Roldán volver a su comunidad, a su familia, su lengua, su cultura, lo conocido. Esta experiencia fue también regresar a trabajar en la tierra, “cuando volví a mi comunidad algunos de mis compañeros de colegio, algunos paisanos, me decían ‘yo he escuchado que tú has terminado la universidad, pero no te veo como un antropólogo, estás igual’. Yo había ido a la chacra, pues, a tumbar, y me decían ‘tú estás haciendo igual, no has cambiado nada, estás haciendo lo mismo que hacías antes’”, y esta situación lo llevó a reflexionar sobre su rol como antropólogo indígena, “eso es antropología, así hablaba yo. Eso hacemos nosotros para no perder lo que éramos antes. Yo, como antropólogo indígena, no voy a sentirme diferente por ser profesional y tratar de ser “mejor” […] Yo soy antropólogo porque ya terminé mi carrera, no es que mi vida va a ser muy diferente”. Para sus paisanos, un profesional matsés es también la oportunidad de poder tener a uno de los suyos ocupando puestos o participando en proyectos que se desarrollan en la zona, así como un referente para otros jóvenes.
Gracias al esfuerzo que puso en su investigación pudo culminar su tesis y convertirse en el primer antropólogo matsés titulado del Perú, lo cual le dio una atención mediática que sólo refleja lo difícil que es para estos jóvenes salir adelante en un sistema educativo que sigue resistiéndose a ser intercultural más allá del mero discurso.
Su investigación también lo llevó a reflexionar sobre la divulgación de conocimientos y tradiciones indígenas en la actualidad, y la falta de atribución de su origen, “yo siempre pienso que eso no debe pasar. O sea, el conocimiento indígena debe protegerse, no debe salir así de fácil a otros lugares, a otros países […] El Estado debe preocuparse también por cómo podemos hacer para proteger el conocimiento indígena, para que haya más control y que no se lo puedan llevar, porque actualmente el veneno de sapo está por todos lados, en diferentes países […] Yo sé que van a descubrir otros conocimientos que aún todavía no se conocen y también van a ser llevados por otras personas”.
Estas preocupaciones se extienden también al futuro de su pueblo. A Roldán le gustaría contribuir con alguna iniciativa que les permita generar ingresos económicos de manera sostenible, “porque ahorita nosotros como indígenas no solamente vivimos comiendo carne o comiendo yuca […] yo quiero hacer un proyecto que genere trabajo en la misma comunidad, para que ellos puedan trabajar. Yo no pienso que ‘Ah estos son indígenas, entonces tú tienes que vivir para siempre protegiendo tu territorio’”. Como indígena, Roldán entiende que, al igual que todas las sociedades, los pueblos indígenas han – y continuarán – experimentado cambios y adaptándose a ellos, para lo cual es importante que cuenten con herramientas que les permitan desenvolverse de manera autónoma, “Yo pienso que nosotros como indígenas no podemos seguir mendigando a los ONGs, pidiendo que nos apoyen para que nuestros hijos puedan salir a la ciudad, sino que ellos mismos también pueden aportar para que sus hijos preparen y estudien en la universidad”
Su fuerte motivación intrínseca y compromiso lo empujan a cumplir nuevos retos profesionales. El mes pasado, Roldán, con el apoyo de Chirapaq, el fondo editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), publicó el libro “Dayac menequin” basado en la investigación de su tesis. Pronto, comenzará a estudiar una maestría en Antropología en Brasil, “no pierdo las ganas de volver a mi comunidad. Yo siempre quiero trabajar en mi pueblo, pero ahora tengo plan de estudiar mi maestría”.
Si estás interesado en adquirir el libro “Dayac menequin”, puedes contactarte con Roldán escribiéndole a: roldantumi@gmail.com
Creemos en la educación intercultural como un medio para crear una sociedad inclusiva, diversa y equitativa que honre y celebre las culturas e identidades que las constituyen. Desde el 2014, trabajamos en alianza con la OEPIAP brindándoles soporte con el objetivo principal de contribuir a un mejor acceso a la educación superior y a unas condiciones de vida saludables para los estudiantes indígenas en la ciudad de Iquitos.